La rebelión de Tupac Amaru, reseña de Wilson González Demuro

La Guerra Fría, la descolonización y las revoluciones tercermundistas de segunda mitad del siglo XX ejercieron una gran influencia en los estudios históricos sobre el mundo rural latinoamericano. Desde los años 1960 se han multiplicado los análisis y las discusiones teórico-metodológicas sobre las formas de agitación agraria, un debate que los grandes aniversarios de las independencias (sesquicentenarios y bicentenarios) contribuyeron a profundizar. Las formas de hacer política en tiempos revolucionarios y los mecanismos de participación/negociación implementados por los sectores «populares», «subalternos» o «plebeyos» —tema poco o mal considerado en épocas precedentes— es objeto de mayor atención. Investigadores como Raúl Fradkin vienen proponiendo que las vertientes más renovadoras de la historiografía, como la nueva historia política y la historia popular, profundicen sus diálogos en torno a esas experiencias de acción popular colectiva.

El presente libro se inscribe, a su modo, en ese orden de preocupaciones. Su autor, Charles Walker, cuenta con una extensa trayectoria como docente e investigador de la historia colonial peruana y reconoce influencias tan relevantes como las de John Coatsworth, Friedrich Katz, Scarlett O’Phelan y Enrique Tandeter. Su anterior producción incluye dos títulos directamente vinculados con el que aquí se reseña, De Tupac Amaru a Gamarra. Cuzco y la creación del Perú republicano, 1780-1840 (1999) y Colonialismo en ruinas. Lima frente al terremoto-tsunami de 1746 (2008). Durante la preparación de este último halló documentos relacionados con la rebelión indígena de 1780 que aún no habían sido debidamente considerados o ni siquiera figuraban en las compilaciones publicadas en el siglo XX. Ese hallazgo y la relectura de la copiosa bibliografía disponible —desde los clásicos ensayos de Boleslao Lewin, Carlos Daniel Valcárcel y Lillian Fisher hasta la producción reciente sobre rebelión tupacamarista, violencia y mundo agrario (O’Phelan, David Cahill, Luis M. Glave, Nicolas Robins, Steven Pinker, Stahis Kalyvas, entre otros)— le llevaron a elaborar un texto que logra, por encima de todo, articular adecuadamente el ejercicio erudito con la narrativa accesible al público no especializado. El resultado es propio de un historiador que combina sólidos conocimientos con aptitudes para la divulgación.

La Introducción remite directamente al inicio de la revuelta, en noviembre de 1780: el momento en que Tupac Amaru logró secuestrar al corregidor de Tinta, Antonio de Arriaga, y obligarlo a entregar armas y dinero antes de ordenar su ahorcamiento. A la presentación del tema sigue una escueta enumeración de las aportaciones principales del libro, según Walker: a) modifica la cronología tradicional del levantamiento, extendiéndola hasta 1783 para incluir el proceso posterior a la muerte del matrimonio Tupac Amaru – Micaela Bastidas; b) subraya la trascendencia de Micaela en la conducción del movimiento; c) revalúa las posiciones asumidas por el clero legitimista, otro asunto poco estudiado anteriormente.

El trabajo se organiza en dos partes, una dedicada a la primera etapa del conflicto (capítulos 1 a 7) y otra, algo más breve, al cambio de rumbo posterior a la desaparición de los líderes iniciales (capítulos 8 a 12). El capítulo primero presenta a Tupac Amaru y Micaela, con hipótesis sobre la maduración de sus ideas políticas en un contexto de sobre-explotación indígena y voracidad fiscal borbónica. El segundo expone los primeros éxitos militares, la masiva adhesión obtenida por los rebeldes y los ataques a símbolos claves de la opresión (cárceles, obrajes, la institución de la mita). El jefe rebelde no deseaba aparecer como enemigo de Carlos III sino como su brazo justiciero, evitando atemorizar a quienes no fuesen manifiestamente partidarios de los corregidores y del oprobio que ellos representaban. El tercero inicia el examen del papel jugado por las instituciones de la Iglesia durante la rebelión. Acertadamente, Walker evita referirse al catolicismo como un elemento uniforme, pero su análisis no privilegia la diversidad de actores e intereses sino, fundamentalmente, la actuación del obispo cuzqueño Juan Moscoso y Peralta. Muestra cómo el factor religioso, espiritual e institucionalmente considerado, generó problemas a los rebeldes: Tupac Amaru y Micaela eran profundamente católicos y su respeto por el clero afectó la estrategia militar, hasta el punto que la excomunión decretada por el obispo los dejó perplejos y débiles frente a una parte de sus seguidores. También se detecta otro tipo de reacción, la de quienes vieron el levantamiento como «un movimiento mesiánico» que pondría «las cosas al revés» (p. 82) en las relaciones de poder, por lo cual, a diferencia de sus líderes, no dudaron en ejercer la violencia contra los curas refractarios.

Los capítulos cuatro a seis estudian la expansión y el declive de esta «primera época» del movimiento. El cuarto avanza en la caracterización de Micaela como líder e incorpora otra figura femenina, la curaca Tomasa Tito Condemayta. Pone énfasis en el choque entre dirigentes indígenas rebeldes y opositores; ¿los segundos permanecieron fieles a las autoridades monárquicas o, aun sin apoyarlas, decidieron no obedecer a un jefe que consideraban ilegítimo? Ambas cosas parecen haber ocurrido, pero en este punto Walker aporta más indicios que respuestas concretas. El quinto capítulo analiza el sitio impuesto a Cuzco y el presunto error de no lanzar el asalto final, permitiendo así la recomposición de las defensas realistas. El sexto se ocupa del retroceso de la rebelión y del fuerte incremento de la violencia, señalando la variedad de motivos que podían tener quienes se unían al movimiento o lo abandonaban con el paso de las semanas. Este aspecto, también abordado en otros capítulos, resulta trascendente por cuanto aporta al debate sobre los sentidos de términos como «rebelión» y «revolución» en el mundo indígena.

El séptimo estudia la derrota y el proceso seguido a los jefes rebeldes por órdenes del visitador José Antonio de Areche, así como las terribles circunstancias en que ellos y sus familias fueron ejecutados en mayo de 1781. Aunque no evita el uso reiterado de calificativos como «horrible» y «brutal», Walker narra con precisión pero sin truculencias la cruda y, sobre todo, ejemplarizante represión desatada por las autoridades virreinales.

Con idéntico pulso narrativo, la segunda parte trata de las continuidades y diferencias entre los dos momentos de la insurrección. El capítulo octavo fija su atención en el Alto Perú, donde una vez reprimidos los movimientos de Tomás, Dámaso y Nicolás Katari la jefatura pasó a manos de Julián Apaza (Tupac Katari). Se observan importantes diferencias entre el katarismo y el tupacamarismo: en su radicalización, el primero se interesó poco por la disciplina y el acercamiento a los españoles moderados.

Las campañas del sur y las tensiones internas entre los contendientes son temas predominantes del capítulo noveno. Los rebeldes aprovecharon las ventajas de la geografía y se reagruparon en torno a nuevos jefes, muy jóvenes y emparentados más o menos directamente con José Gabriel y Micaela, entre los que destacó Diego Cristóbal Tupac Amaru. El tratamiento de estos asuntos continúa en el capítulo siguiente, que transcurre entre el duro sitio a La Paz y el giro de octubre de 1781, cuando inesperadamente las circunstancias se tornaron favorables a los intereses realistas. Estos cambios «no solo alteraron el curso del levantamiento, sino que configuraron la política e ideología españolas en los Andes por décadas» (p. 218). El desgaste aceleró las negociaciones de paz, culminadas en una amnistía (enero de 1782) rechazada tanto por los realistas partidarios de la «mano dura» como por muchos sublevados, deseosos de continuar una lucha que les había otorgado derechos y cuyo éxito final creían cercano. En esa línea, el undécimo capítulo muestra la resistencia de muchos indígenas a la paz negociada por Diego Cristóbal, algo aprovechado por los españolistas más intransigentes para denunciar la inviabilidad del pacto. Por último, el doceavo relata la derrota de 1783 y los procesos seguidos a los rebeldes capturados y cruelmente castigados. Al igual que en tramos anteriores (por ejemplo, pp. 153 y 246), Walker advierte sobre las probables exageraciones y mentiras presentes en la documentación usada en los juicios.

Las breves conclusiones reseñan algunas consecuencias de la derrota a corto y mediano plazo: intentos de españolización forzada, de eliminar la cultura indígena y el viejo esquema «república de españoles / república de indios» heredado del siglo XVI, las reivindicaciones de la experiencia tupacamarista registradas desde entonces, pruebas de que la memoria del alzamiento no pudo ser erradicada. Asimismo, alude a la extensa polémica historiográfica sobre la independencia peruana y el carácter precursor (o no) de la sublevación indígena.

Al inicio del libro, Walker propone «presentar argumentos nuevos sobre el levantamiento», que aporten «a debates más amplios sobre los temas de violencia y geografía» (pp. 24-25). Es posible discutir sobre la novedad y la profundidad del planteo, pero cabe concluir que el resultado final concuerda con la ya mencionada intención de relatar en forma ágil, seria y documentada para un público diverso. Es en ese plan que las propuestas teóricas sobre historia de la violencia rural se mezclan sin dificultad con breves definiciones de términos como reformas borbónicas, mestizo, criollo o Gran Paititi.

En suma, La rebelión de Tupac Amaru procura y en general consigue explorar los principales factores y mecanismos activados en un proceso de violencia insurreccional multitudinaria cuya crudeza carecía de antecedentes en la región. Es un texto necesario, intenso y ameno, que articula elementos para reflexionar a distintos niveles sobre cuestiones centrales de la historia colonial latinoamericana: el problema de las «revoluciones sin programa»; las modalidades (y limitaciones) del liderazgo en ámbitos indígenas y campesinos; las tensiones entre disciplina y radicalización ideológica; las repercusiones de la diversidad geográfica en los procesos histórico-sociales y también sobre la influencia que esta «guerra total» —al decir del propio autor— tuvo en la historia latinoamericana.

  

Originalmente publicada en Claves. Revista de Historia 3.5 (2017): 275-9. Montevideo.


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