Este pormenorizado y atrapante relato de la rebelión de Túpac Amaru tiene una doble virtud; es de difusión, por lo tanto está dirigido a un público más amplio que el estrictamente académico, pero al mismo tiempo ha sido escrito por un especialista en Historia peruana del período tardocolonial en base a bibliografía especializada y fuentes de archivo poco explotadas por otros investigadores. Walker escudriña estas fuentes tratando de restituirle voz y protagonismo a sectores subalternos como las masas indígenas, el liderazgo femenino y la tropa española. Este liderazgo estaría encarnado especialmente por Micaela Bastidas -esposa del Rebelde-, Tomasa Tito Condemayta -cacica de Acos- y Bartolina Sisa y Gregoria Apaza -esposa y hermana de Túpac Katari, respectivamente.
El tema central de la obra, la rebelión de Túpac Amaru ocurrida en las postrimerías del siglo XVIII, ha fascinado a muchos estudiosos provocando debates historiográficos y encendidas polémicas a lo largo del tiempo; como consecuencia existe una importante producción bibliográfica que da cuenta del movimiento liderado por este kuraka de Tinta, José Gabriel Condorcanqui, que puso en jaque al dominio de la Corona española en Perú. En términos generales dicho movimiento ha sido interpretado como un antecedente del proceso de independencia; un ejemplo de resurgimiento inca; o una forma de ejercer presión para negociar políticamente. No obstante, estas diferencias en las interpretaciones hay acuerdo entre los estudiosos en considerarlo un evento conmocionante, pues marcó un antes y un después en la historia del Perú, y en que existen aspectos que aún permanecen oscuros y reclaman ser problematizados; tarea que asume Walker en esta obra, relato integral de la rebelión pues abarca las dos fases: la primera (1780-1781) liderada por Túpac Amaru con base en la zona del Cuzco y la segunda (1782-1783) liderada por Diego Cristóbal -primo de Túpac Amaru- con epicentro en el Altiplano.
Dos variables sobre los que pivotea el relato son la escalada de violencia observable en ambos bandos a medida que se desarrolla el conflicto, llegando a niveles inusitados durante la segunda fase, y la incidencia del factor ecológico, fundamentalmente la topografía con alturas de más de 3500 msnm y el riguroso clima con temperaturas bajo cero, tanto en las marchas y contramarchas del movimiento rebelde como en la campaña contrainsurgente organizada por los realistas para sofocarlo. La escarpada geografía resultó una ventaja para los indígenas que apelaron a la guerra de guerrillas, mientras el duro clima de montaña afectó a ambos bandos.
El rol de la iglesia también es abordado en toda su complejidad a lo largo de esta obra, Walker distingue tres tipos de comportamiento ante la rebelión dentro de esta institución: el de los curas que apoyaron decididamente la rebelión, el de los religiosos que se opusieron y un tercer grupo cuyo comportamiento fue ambiguo ya que no se comprometió plenamente con el movimiento pero tampoco fue activista de la contrainsurgencia sino que osciló de un lugar a otro, guiado fundamentalmente por temor a las represalias. En cuanto a la controvertida figura del obispo del Cuzco, Juan Manuel Moscoso y Peralta, durante la primera fase el autor adhiere a la idea de que trabajó en contra de la rebelión ya que, a su criterio, la excomunión que impuso sobre Túpac Amaru y Micaela Bastidas debilitó el control ejercido sobre las masas indígenas, provocando dudas en sus seguidores y también en sus potenciales adherentes. En la segunda fase, la mirada está puesta en el activo rol que desempeñó el Obispo en la firma del armisticio con Diego Cristóbal, plasmado en su correspondencia con este líder indígena donde se refleja su postura a favor del cese de las hostilidades.
Estas grandes líneas se desarrollan en doce capítulos, una introducción y una conclusión -más una cronología de la rebelión, diez mapas y nueve imágenes ilustrativas. Cabe destacar tanto el excelente trabajo de traducción como la cuidada edición ya que permiten una lectura muy fluida.
En los primeros siete capítulos, dedicados a la fase del movimiento (1780-1781) conducido por Túpac Amaru desarrollado en la zona de Cuzco, Walker se centra en el liderazgo de José Gabriel y Micaela Bastidas, su esposa y socia, quien supervisó la logística y la disciplina en el campamento. El cacique de Tinta es caracterizado como un personaje carismático y apasionado cuya capacidad para manejarse entre el mundo español y el indígena -por sus contactos como arriero y su fluidez en quechua y español- lo convierten en un mediador cultural. El autor relaciona la colaboración prestada por los prisioneros españoles que se hallan en el campamento rebelde con el carisma del liderazgo -tanto de José Gabriel como de Micaela-, mientras su apasionamiento es observable en la judialización de las protestas presentadas en Lima, a favor de los indígenas y en contra del opresivo sistema español. Lo anterior explicaría el proyecto inicial de Túpac Amaru tendiente a construir un movimiento multiétnico y multiclase, con apoyo de la iglesia y en nombre del Rey. En la última parte de esta primera fase, Walker se refiere a un cambio en la naturaleza de la lucha, observando en ambos bandos un espiral de violencia y un incremento de la brutalidad que, a su criterio, no pueden explicarse por la mentada “crueldad” europea ni por el supuesto “barbarismo” de los indígenas sino que obedece a una conversión del enemigo en “un otro” merecedor de la muerte o de cualquier abuso. En este impecable relato de la primera fase del movimiento la carencia de víveres -con las consecuentes hambrunas, enfermedades y deserciones- sumada a unas condiciones climáticas adversas actúan de telón de fondo de todo el movimiento. Por último, el autor presenta los matices del juicio a los líderes para culminar con la emblemática ejecución de Túpac Amaru, Micaela Bastidas y otros allegados, llevada adelante en el Cuzco.
Los cinco capítulos siguientes (8 al 12) están dedicados a la segunda fase de la rebelión (1782-1783), liderada por Diego Cristóbal y desarrollada en el Altiplano. Walker se ocupa de caracterizar los movimientos kataristas que estallan en la zona del Titicaca y Charcas, plantea las posibilidades de una alianza amaru-katarista y también subraya los contrastes entre el movimiento de Túpac Amaru -entendido como una coalición multiclase/ multiénica unificada en torno al símbolo de su líder muerto que reclutaba a criollos y deseaba el retorno a la época inca- y los movimientos kataristas -constelación de revueltas superpuestas con diferentes líderes y estrategias que no apuntaba a una coalición multiclase y donde los incas no jugaron un rol ideológico-, ya que en definitiva, y sumados a otros incidentes de tipo personal entre los líderes, explicarían el fracaso en haber sellado esta unión. En estos capítulos el énfasis está puesto en la profundización del odio, la ferocidad y las atrocidades perpetradas por ambos bandos. Los mencionados capítulos también refieren a ciertos “relatos de horror”, masacres y asesinatos sangrientos que explican el temor de los contemporáneos. Otra problemática abordada para complejizar este escenario es la división interna en el bando español, entre una línea dura a favor de continuar la lucha armada y otra moderada que deseaba el cese del fuego. El autor plantea que las divisiones internas en el bando rebelde resultan menos claras y obedecerían a una cuestión estructural del liderazgo -pues se trata de una coalición con múltiples líderes. Para profundizar el tema de la polarización de las actitudes el autor se focaliza en el armisticio, observando que en ambos bandos hubo un grupo a favor del cese de las hostilidades y otro -“los escépticos”- que consideraba que la única salida posible era continuar el enfrentamiento militar. En este último grupo Walker señala a algunos comandantes de Diego Cristóbal -como Vilca Apaza y Melchor Laura- que continúan luchando en las provincias de altura; mientras del lado español se refiere a los inscriptos en la línea dura -como el visitador Areche, su sucesor Escobedo, y el oidor Mata Linares- que finalmente logra imponerse. A raíz de ello en adelante cualquier signo de resistencia será interpretado como indicio de rebelión. En este clima de tensión y malos entendidos los duros/escépticos organizan una campaña de espionaje, fabrican pruebas y culminan saboteando el acuerdo de paz -que nunca había dejado de ser una “tensa tregua” en palabras del propio autor-, enjuiciando a los líderes y sentenciándolos a muertes macabras.
Walker concluye la obra con una reflexión sobre la cultura andina y la memoria colectiva en relación con la rebelión. Se refiere a la campaña de erradicación de esta cultura, organizada por Mata Linares y continuada por Areche, que pretendía obligar a la población a abandonar el quechua y sus costumbres como a un “genocidio cultural” y una “fantasía destinada al fracaso”. En el tema de la memoria colectiva admite que al principio la brutal represión logró construir un “silencio oficial”, pero este éxito fue fugaz ya que prevaleció la lucha en contra del olvido.
* La reseña fue publicada originalmente en Memoria Americana. Cuadernos de Etnohistoria 25.2 (julio-diciembre 2017): 207-208.