En un viaje relámpago a Lima, casi se me olvidó comprar el libro de José Carlos Yrigoyen, Orgullosamente solos (Lima: Random House, 2016). Me lo habían recomendado pero no lo encontré en una librería y me olvidé buscarlo en otra. El último día, horas antes del vuelo, lo conseguí en El Virrey, en el centro. Como siempre pasa, subí al avión con la idea de leer uno de los libros de historia que había comprado pero me ganó la novela. Y la devoré.
Este libro es parte de la ola de libros de auto-ficción (o novela de no ficción como apunta la contraportada), un fenómeno internacional que se hizo famoso en el Perú por el gran libro de Renato Cisneros, La distancia que nos separa. Yrigoyen, por su parte, está fascinado por su abuelo, Carlos Miró Quesada Laos, un personaje famoso del siglo XX, quizás bien conocido pero poco estudiado. Miró Quesada fue un periodista e intelectual destacado, uno de los más creativos y obstinados escritores obsesionados con el APRA (quienes asesinaron a su padre, Antonio Miró Quesada de la Guerra en 1935). También fue un entusiasta seguidor del fascismo durante su auge, en los años anteriores a la segunda guerra mundial.
Una de las carencias mayores sino la mayor de la historiografía peruana es el siglo XX. Hay muy buenas fuentes primarias sobre la rivalidad entre Miró Quesada y el APRA, pero pocos estudios. Además, el fascismo es un tema tabú; existen trabajos sobre el tema, pero son escasos. Yrigoyen se vio entonces obligado a explorar las múltiples publicaciones de su abuelo (libros, artículos, folletos) e indagar sobre su trabajo como diplomático y su carrera (frustrada) como político. Detrás de esta obra de ficción es una investigación exhaustiva en archivos y periódicos y numerosas conversaciones con su familia, muchas de ellas sin dudas incómodas. Su abuela no se casó con Miró Quesada y fue, más bien, su novia eterna o segunda mujer, su casa la segunda o la casa chica. Orgullosamente solos explora dos temas incómodos: el fascismo y las segundas familias.
El APRA fue el blanco principal del la pluma de Miró Quesada y fue una lucha duradera y entretenida. Los insultos fueron creativos y frecuentes. Uno de mis favoritos fue cuando los apristas dieron el apodo de “Miró Quisling” a Carlos y otros miembros de la familia. El uso del nombre de Vidkun Quisling, el traidor noruego de fama internacional, se refería al apoyo de Carlos a los fascistas y al papel de la familia Miró Quesada en la Guerra del Pacífico. Y Miró Quesada y El Comercio devolvían bien los insultos. Yrigoyen nos da una excelente historia de la rivalidad o la enemistad multi-generacional y así entradas importantes a la historia política e intelectual del siglo XX.
¿Tiene importancia o relevancia el apego al fascismo de Carlos Miró Quesada? Por supuesto; ayuda entender a la historia de la derecha peruana y sus vínculos con movimientos internacionales. (Yrigoyen, por ejemplo, describe con evidente asco la reunión entre su abuelo y el fascista belga Léon Degrelle.) ¿Lo anula como intelectual y político? Es un tema complicado pero creo que no. Lo que hace más bien es poner en evidencia la xenofobía y autoritarismo del personaje, así como posicionar el fascismo y rasgos importantes de todas las derechas de ese momento, e incluso de las actuales. Pero vale la pena, creo, indagar más sobre el fascismo y personajes como Miró Quesada, acaso para aclarar los peligros del discurso nacionalista (y escribo desde el país de Trump).
Mientras que el libro da luces sobre su abuelo, Yrigoyen cuenta la historia de su abuela, Beatriz Eguren. Ella merece esta obra, esta ficción real: arequipeña con una vida familiar complicada ya que se fugó de su casa muy joven y siempre mantuvo su independencia y su discreción. Yrigoyen va dándose cuenta de su gran frustración al no poder casarse con el hombre que amaba (que nunca quiso dejar su otra casa) y cómo enfrentaba momentos humillantes, sin duda, y el apremio económico con la muerte de Miró Quesada. Logra un retrato muy fino, ameno y emocionante. Tal vez como respeto a ella, no indaga mucho sobre las dos casas de Miró Quesada, incluso el lector se olvida que no eran casados y que él no pasaba la noche con ella. (Es un contraste significante con el libro de Cisneros, quien sí contempla mucho el sentido de la casa chica.) Es parte de el estilo del autor, persistente pero con cierta distancia. Yrigoyen entra la investigación con poco conocimiento de esta compleja historia de familia. Mantiene un tono frío, objetivo que se va perdiendo al encontrar la gran historia de su abuela.
El lector se lo agradece.