El nombre puede sonar familiar. Si son de los que siguen las noticias sobre política latinoamericana, habrán escuchado de los Tupamaros en Uruguay y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) en Perú. Ambos recibieron el nombre por Túpac Amaru II. Si recuerdan algo sobre la historia de la Conquista, recordarán también el nombre de Túpac Amaru I, quien resistió desde Vilcabamba a los españoles, hasta que fue capturado y ejecutado en Cusco en 1572. Ambos tenían un vínculo en común. Y si son mayores de 25 años, el nombre de Tupac (Amaru) Shakur no les es desconocido. Sí, el rapero fue llamado así por Túpac Amaru II.
Túpac Amaru II lideró el más grande levantamiento de la historia de la América española, desde su origen en Cusco, la capital incaica, en noviembre de 1780 hasta su ejecución pública el 18 de mayo de 1781. En realidad, la rebelión prosiguió hasta inicios de 1783, mucho después de su muerte y la de su influyente esposa, Micaela Bastidas. La rebelión se extendió a lo largo del área andina, que actualmente comprende Perú y Bolivia, desde Cusco a Potosí, paralizando a las autoridades y a los españoles en el continente y en Madrid. José Gabriel Condorcanqui fue una autoridad indígena, un kuraka, un título nobiliario que los españoles adaptaron del imperio incaico. Condorcanqui le añadió el nombre de Túpac Amaru para realzar su linaje y vínculo con la nobleza inca. Su labor de comerciante lo llevó por diferentes partes del virreinato peruano, donde recogió testimonios, presenció injusticias e hizo amigos y potenciales aliados. Hablaba español y quechua (la lengua de los Incas, y que hoy es el lenguaje indígena más utilizado en los Andes), y se sentía tan cómodo departiendo en las casas de la clase alta cusqueña como en las chozas de los campesinos. Poseía mulas, tierras y también muchas deudas; no era ni rico ni pobre.
Túpac Amaru II y su esposa Micaela se habían manifestado abiertamente contra las injusticias que sufría la población andina, los crecientes tributos, y las medidas impuestas a la Iglesia. En la década de 1770 envió una solicitud a las cortes de Lima, la capital del virreinato, para defenderse a sí mismo y a su pueblo de estos abusos. Frustrado por los numerosos rechazos, en noviembre de 1780 él y su esposa Micaela secuestraron al corregidor Antonio de Arriaga y, luego de deliberar con miles de indígenas, mestizos, criollos y españoles, procedieron a ahorcarlo. Los rebeldes se expandieron hacia el sur, saqueando obrajes y haciendas, mientras anunciaban el final de la opresión española y enfatizaban el retorno de los Incas. Estuvieron muy cerca de tomar el Cusco en los primeros días de 1781. Al concluir la rebelión, habían llegado a controlar un área mayor al teatro de operaciones de la independencia de Estados Unidos. El número de víctimas ascendió a 100,000 y sus consecuencias influyeron en Perú por décadas, acaso por siglos.
Mi nuevo libro presenta a Túpac Amaru y a Micaela Bastidas, vinculándolos a una serie de temas sin resolver sobre ellos y el levantamiento que dirigieron. Preguntas claves como el papel de la Iglesia Católica en la rebelión, la atracción del pasado incaico y la continuación del movimiento luego de la ejecución de sus líderes aparecen una y otra vez en el libro. Esta historia y sus misterios ayudan a explicar la persistente fascinación con Túpac Amaru II a 230 años de su muerte.