El historiador Ricardo Caro Cárdenas estudia el departamento de Huancavelica, un famoso centro minero al norte de Ayacucho y que tuvo un rol central en el surgimiento de Sendero Luminoso. Caro Cárdenas prioriza el despegue del movimiento campesino desde los años 1960s, aproximándose al desarrollo de distintas organizaciones campesinas y su cambiante relación con los partidos políticos de izquierda de entonces. Su libro enfatiza cómo los diversos grupos maoístas peruanos, no solo Sendero Luminoso, empujaron el campo y los sectores rurales de la periferia al centro de los debates políticos y estrategias. Hacia finales de los años 1970, los acalorados debates sobre cuál sería el momento apropiado para levantar las armas se hicieron más urgentes a medida que grupos e individuos de Vanguardia Revolucionaria y otras facciones se unían a Sendero Luminoso. Caro Cárdenas es cuidadoso al señalar las diferencias entre los numerosos partidos de la izquierda de estos años y la facilidad con la que las personas cambiaban de una agrupación a otra, pero también subraya cómo todos los partidos veían en los campesinos a sujetos atrasados que esperaban ser movilizados en vez de ser escuchados o comprendidos. Este argumento es un tema importante que recorre el libro.
A diferencia de Ayacucho, Huancavelica no tuvo una universidad, por lo que los esfuerzos de Sendero Luminoso por reclutar miembros y difundir su mensaje se enfocaron hacia las escuelas y las federaciones campesinas (tuvieron poco éxito en los sindicatos mineros). Caro Cárdenas saca a luz las deliberaciones y los cambios ocurridos al interior de las federaciones campesinas más importantes, como la Federación Departamental de Comuneros y Campesinos de Huancavelica (FEDECCH), de la cual hace seguimiento a varios de sus principales integrantes. En realidad, gran parte del libro se concentra en la figura de Justo Gutiérrez Poma, quien participó en las luchas políticas de Huancavelica en los años 1970 y terminó en Sendero Luminoso. Nacido en una comunidad campesina, Gutiérrez Poma estudió la secundaria en Lima y retornó a Huancavelica en 1973 como un izquierdista comprometido. Participó tanto en la FEDECCH como en el Frente de Defensa del Pueblo y llegó a trabajar en DESCO, una conocida ONG. Caro Cárdenas usa la trayectoria de Gutiérrez Poma para explorar las diversas opciones que tenía la izquierda en este periodo. Pese a su minuciosa búsqueda y reconstrucción, Caro Cárdenas no puede determinar qué le ocurrió a Gutiérrez Poma puesto que su rastro se pierde en 1984. Muchos creen que fue asesinado en algún enfrentamiento con las fuerzas del orden.
Caro Cárdenas demuestra que la pregunta de por qué algunos individuos y comunidades decidieron unirse a Sendero Luminoso mientras otros se negaron, solo puede responderse al examinar una década o más de historia política local. Ha encontrado fuentes increíbles en los archivos de Ayacucho, Lima y Huancavelica así como ha entrevistado a docenas de personas. Por momentos, el libro adopta el tono de un informe archivístico, pero el autor rara vez se aleja de sus importantes y reveladores argumentos y descubrimientos.
Mientras Caro Cárdenas cubre Huancavelica, Valérie Robin Azevedo examina dos pueblos al sur de Ayacucho que estuvieron involucrados en el conflicto: Huancapi y Ocros. En la primera sección de su libro (originalmente publicado como Sur les sentiers de la violence. Politiques de la mémoire et conflit armé au Pérou, Editions de l’IHEAL, Presses Sorbonne Nouvelle, Paris, 2019), Robin Azevedo vuelve a debates antropológicos de fines del siglo XX sobre Sendero Luminoso así como discusiones que no han envejecido precisamente bien. El grueso de su estudio, no obstante, es un innovador trabajo de las muchas “memorias silenciadas e impertinentes” (p. 147) del conflicto peruano, en especial las que tuvieron a las mujeres como participantes. Robin Azevedo muestra que Sendero Luminoso atrajo apoyo en la región a través de las escuelas y el trabajo paciente de sus militantes. Como en Demonios descarnados de Caro Cárdenas, una investigación diligente y origina, en este caso a profundidad, con trabajo de campo principalmente en quechua, permitieron a la autora comprender la naturaleza local del apoyo y la oposición a Sendero Luminoso. Evaluar los esfuerzos realizados por Sendero Luminoso es algo desafiante sobre todo porque sus tácticas reposaron en la coerción y la persuasión: ¿el apoyo local apareció de su promesa de justicia o de las amenazas de muerte contra quienes se opusieran a la organización? El otro obstáculo principal, como la autora lo demuestra en el libro, es que, en un país donde la “apología del terrorismo” es aún un crimen, pocos desean admitir o discutir el apoyo que brindaron a Sendero Luminoso, incluso décadas después de ocurrido. Si los investigadores desean indagar sobre “aquellos años” en alguna comunidad que alguna vez apoyó las guerrillas, automáticamente todos negarán haber mostrado algún grado de simpatía o apoyo. No obstante, la autora muestra cómo el apoyo inicial hacia Sendero Luminoso en estos dos pueblos rápidamente se desvaneció a medida que las guerrillas mostraban su faceta autoritaria hacia los años 1983 y 1984.
En las mejores y más brillantes secciones del libro, Robin Azevedo investiga múltiples y la superposición de silencios. Los integrantes de las comunidades se niegan a hablar, al menos en público, sobre el apoyo brindado a Sendero Luminoso. A nivel individual, las mujeres continúan la búsqueda de sus familiares desaparecidos, dejando fuera detalles sobre la posible colaboración de estos con Sendero Luminoso. Estas mismas mujeres se niegan a discutir el abuso que han recibido en la búsqueda de sus seres queridos y los sacrificios que han tenido que hacer. Robin Azevedo habla de quienes desaparecieron dos veces, aquellos cuyos cuerpos nunca fueron encontrados pero que tampoco aparecen en los registros debido a que probablemente pelearon para los senderistas. Estos son los más difíciles de ubicar: las organizaciones de derechos humanos rompieron con los maoístas debido a sus atrocidades y los esfuerzos por manipular a estas organizaciones; los registros oficiales de víctimas han excluido a quienes tuvieron algún vínculo con las guerrillas; y Sendero Luminoso ha hecho poco (o nada) por aclarar el destino de sus propios seguidores. Quienes soliciten reparaciones económicas deben dejar de lado cualquier mención a Sendero Luminoso que no sea el haber sido los victimarios.
Los “silencios” estudiados por Robin Azevedo hacen referencia también a momentos perturbadores de los momentos más brutales del conflicto, como cuando algunos individuos y comunidades se beneficiaron al ayudar a los militares, expropiando tierras y ganados de comarcas vecinas o al denunciar a algún vecino como sospechoso de colaboración con los terroristas. La autora plantea una serie de preguntas éticas, incluyendo el peligro de exponer a quienes apoyaron a los senderistas. Los silencios de la guerra representa un modelo para futuros estudios que buscan explorar estos delicados y sensibles temas.
Estos dos magníficos libros estudian regiones fuera de los marcos tradicionales de los análisis sobre Sendero Luminoso. Ambos demuestran las ventajas de (y acaso la necesidad) de marcos temporales más extensos y de abordar de manera delicada las secuelas del conflicto. Ambos dialogan y contribuyen a los debates sobre guerra, violencia y memoria en Perú y en otros espacios, brindando una cantidad importante de material para los investigadores no solo peruanistas.
* La reseña fue publicada originalmente en el Journal of Latin American Studies, vol. 55, n. 1, pp. 164-166.