Charles Walker aborda desde una perspectiva de análisis renovadora, una temática muy transitada por la historiografía. Si bien la vida de Tupac Amaru vertebra el esquema del relato, éste no se reduce a su biografía sino a una historia social amplia de la rebelión de 1780, analizada a partir y a través de su líder y conductor (José Gabriel Condorcanqui), su esposa (Micaela Bastidas) y sus familiares más cercanos (sus hermanos, sus hijos, su cuñado, sus más allegados seguidores). Para ello, el autor utiliza los aportes de la prolífica historiografía sobre el período en general y sobre la rebelión en particular; apela a un corpus documental denso y variado y a un estilo narrativo fluido y dinámico, en el que combina el aporte justo de datos empíricos con acertadas descripciones del entorno natural –respaldadas por imágenes y mapas de época– y las necesarias reflexiones historiográficas que giran en torno a un debate medular: ¿la modernidad y el proceso de civilización reducen, incrementan o modifican la violencia?
Los doce capítulos que componen el libro recorren las diferentes etapas de la vida y de la rebelión de Tupac Amaru y, en cada uno de ellos, se exploran a fondo diversas dimensiones del proceso bajo análisis, dando cuenta de los múltiples factores que permiten explicar y entender las causas y derroteros de la revuelta, así como responder al interrogante inicial de investigación. En el primero de ellos, “Los Andes en el mundo Atlántico”, se analiza el impacto y repercusiones de las Reformas Borbónicas en el Perú tardo-colonial y, concretamente, el “programa anticolonial” que comienza a escudriñar José Gabriel Condorcanqui a partir del rechazo de las medidas que aquéllas proponían. Pero lejos de quedarse en una descripción de lo que las Reformas establecían y lo que el líder rebelde cuestionaba, Walker se sumerge en el mundo social de la época para ubicar no sólo la posición que ocupaba Tupac y Micaela en ese mundo de jerarquías basado en el origen y el color de piel de los individuos, sino también para definir el rol de la mujer y el papel de la Iglesia, dos actores fundamentales durante la rebelión que examinará en el capítulo siguiente.
En efecto, en el capítulo dos el autor despliega los objetivos, la base económica y la estrategia militar diseñada por Tupac Amaru luego del estallido de la revuelta (en noviembre de 1780 tras el ajusticiamiento del corregidor Arriaga) y el papel fundamental que cumplió Micaela, su mujer, una “comandante inteligente y eficiente”. En este punto, fuentes privilegiadas como la correspondencia particular y los juicios, le permitieron recuperar una información de difícil acceso: los chismes de un sector social invisibilizado en la mayoría de los documentos: los quechua-hablantes. A partir de estos indicios consigue recuperar el derrotero de Tupac reclutando aliados entre los pueblos de indios y sus estrategias, entre las que se contaban discursos en ambas lenguas (español y quechua), quema de horcas, apertura de cárceles, saqueos de obrajes, expropiaciones a corregidores y terratenientes, etc. Es decir, acciones populares y simbólicas que conllevaban el mensaje de erradicar los instrumentos de explotación indígenas: la mita, las aduanas y los corregidores.
El tercer capítulo está dedicado mayormente a descifrar el papel cumplido por la Iglesia católica. Rescata aquí la religiosidad colonial y los debates en torno al grado de apoyo y/o rechazo de la Iglesia como institución y de los curas como individuos a la causa “amarista”. En este sentido, el autor sienta posición afirmando que hubo fracturas en el seno de la Iglesia entre los “moderados” (alrededor de la figura del obispo Moscoso y Peralta) y los “duros” (encabezados por el visitador Areche), tendencias que quedarán claramente al descubierto en el momento del juicio y condena de los rebeldes.
Los capítulos cuatro a seis los dedica a relatar la expansión de la rebelión hacia el sur y el sitio de Cuzco. Las cartas entre Micaela y Tupac, así como los testimonios de indios rebeldes capturados por las tropas realistas permiten en este segmento del relato explorar aspectos más íntimos y emotivos de la historia de los protagonistas, develando miedos, sentimientos y expectativas que, en otro tipo de fuente, escapan a la mirada del historiador.
Otra dimensión de análisis que cobra centralidad a partir de este capítulo es la escalada de violencia que adquiere el levantamiento y con la que responde la administración española. Tormentos, crueldades, mutilaciones, violaciones aparecen como prácticas recurrentes en ambos bandos, a pesar de los intentos del líder por frenar a sus seguidores y de los “moderados” de la Iglesia por interceder ante las duras penas y castigos propuestos por la facción más “dura”. El uso de la violencia y el tormento sigue siendo materia de análisis y reflexión en el capítulo siete, dedicado a examinar la captura, enjuiciamiento y ejecución de Tupac, su esposa y sus familiares más cercanos. Violencia que, según testimonios volcados en el juicio, resultó intolerable para muchos testigos, inclusive, del bando español.
Los últimos capítulos (ocho a doce) recuperan a los discípulos del movimiento (Tomás Katari y Diego Cristóbal Tupac Amaru) después de la muerte del líder y examinan la continuidad ascendente de esa lí- nea de violencia física que alcanzó su pico a fines de 1781 y se trasladó rápidamente al plano ideológico, tras la derrota de los “kataristas” y “amaristas”. El cese del fuego y las celebraciones en Lima por el fin de la rebelión no apaciguaron la violencia. A partir del interrogante de ¿qué hacer con los familiares de Tupac Amaru? el autor indaga en la campaña de “desindianización” y erradicación de toda referencia a lo incaico o a Tupac Amaru, que se iniciara desde 1782. La destrucción de retratos, la prohibición del quechua, la persecución, captura y cruento viaje de exilio de los descendientes sobrevivientes de Tupac, son algunos de los ejemplos que le permiten al autor reconstruir el plan de silenciamiento de la rebelión por parte de las autoridades virreinales. En este punto el lector puede encontrar la respuesta implícita a la pregunta que citáramos al comienzo: los procesos de modernización y civilización parecen haber incrementado y modificado las formas de violencia.
El legado de Tupac Amaru es rescatado en las conclusiones. Perú no volvió a ser el mismo. La rebelión marcó un antes y después no sólo en la historia colonial peruana, en tanto los alcances de la revuelta llegaron hasta la actualidad a través de múltiples manifestaciones. Resulta indiscutible que José Gabriel Condorcanqui Tupac Amaru se convirtió en un indiscutido símbolo internacional de resistencia, lo que nos invita a pensar que las prácticas de silenciamiento e invisibilización implementadas desde el poder no siempre son exitosas. En ese sentido la historiografía cumple un rol fundamental y este libro constituye, por lo tanto, una excelente herramienta de rescate de la memoria histórica colectiva.
María Paula Parolo es docente en el Instituto Superior de Estudios Sociales (ISES, UNT) e investigadores independiente del CONICET. Obtuvo su doctorado en la Universidad Nacional de Tucumán.
La reseña apareció originalmente en la revista Travesía. Revista de Historia Económica y Social 19.2 (julio-diciembre 2017): 129-131.