Historiador por accidente. Una entrevista con Arnold Bauer

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Tengo la satisfacción de presentar una entrevista con el gran Arnold “Arnie” Bauer, publicada originalmente en The Americas (Abril de 2013, 69:4) y traducida al español por Pablo Whipple y Giselle Gibbons. Desde mi llegada a Davis en 1992, Arnie ha sido un gran amigo, consejero y colega, lector y crítico de todos mis trabajos. Comparto con muchísima gente en Chile, y otras partes, una gran admiración por él como ser humano, historiador y escritor.

Su vida, de una granja de Kansas a California, con etapas en Marruecos, México, Berkeley, y, por supuesto, Chile, es fascinante. Aquí nos da algunas pistas autobiográficas, reflexionando sobre su inusual carrera académica, su amor por América Latina y su obra tan vasta como variada. Inmediatamente después de la entrevista hemos incluido fotografías de su álbum familiar y del vino que Bauer produce en su viña, así como las portadas de sus numerosos libros en inglés y español.

Historiador por accidente
Una entrevista con Arnold Bauer

Estimado entre los latinoamericanistas norteamericanos y altamente apreciado en Chile, Arnold (“Arnie”) Bauer enseñó historia en la Universidad de California, Davis, desde 1970 hasta 2005 y fue director del Programa de Intercambio de la Universidad de California en Santiago de Chile por cinco años entre 1994 y 2005. Conocido por su ameno estilo de escritura, las publicaciones de Bauer muestran un amplio interés: historia agraria (Chilean Rural Society: From the Spanish Conquest to 1930 [1975]), la Iglesia Católica y la sociedad, (como editor, La Iglesia en la economía de América Latina, siglos XIX-XIX [1986]), y la cultura material (Goods, Power, History: Latin America’s Material Culture [2001]). Ha escrito también sobre un misterioso códice mexicano del siglo XVI, The Search for the Codex Cardona (2009). Sus memorias de infancia (Time’s Shadow: Remembering a Family Farm in Kansas [2012]) fue nominado como uno de los cinco principales libros de 2012 por The Atlantic. Bauer es también autor de alrededor de 50 artículos y capítulos de libros y más de 60 reseñas.

Entre las publicaciones de Bauer en español se encuentra Chile y algo más. Estudios de historia latinoamericana (2004), una colección de ensayos que Heidi Tinsman ha descrito como la crónica de “una historia de amor” entre Bauer y Chile {1}. En 2005 recibió la Orden al Mérito Docente y Cultural Gabriela Mistral, el máximo reconocimiento que Chile entrega a un extranjero por su contribución a la educación y la cultura del país. En su casa y pequeña viña en Davis, California, la que construyó con sus propias manos, ha sido por décadas el anfitrión de animadas comidas y de invitados tan distinguidos como Eric Hobsbawm y el cuñado de Fidel Castro. Sin embargo, él siempre se ha considerado a sí mismo un “académico por accidente”. Esta entrevista sigue los ires y venires de una carrera inusual.

Charles Walker: Comencemos con el inusual camino que seguiste para convertirte en un latinoamericanista. Me parece muy distinto al del común.
Arnold Bauer: Sí, yo también lo creo. Nací en una granja de 65 hectáreas al noreste del pueblo de Clay Center, Kansas, a 24 kilómetros por camino de tierra del médico más cercano, con mi tía Helen haciendo de partera. Mis tatarabuelos se asentaron en esas tierras después de la Guerra Civil y se mantuvieron en la familia hasta que fuimos sacados de ahí en los años 60s por lo que en Berkeley aprendí a llamar la irrupción del “capitalismo agrario”. Tenía que caminar 2,5 kilómetros para llegar a la emblemática escuela unidocente a la que asistían 15 niños de los distintos grados de primaria. La fundación de esa escuela ocurrió junto con la Ley de Asentamientos Rurales [1862].

Walker: Me imagino que fuiste a la secundaria. Eso te debió haber sacado de la granja.
Bauer: En realidad, no. Me iba a la secundaria en Clay Center con el hijo del herrero en su Ford A y volvía a tiempo para hacer las tareas del campo. La Secundaria Clay Country Community tenía 300 estudiantes, profesores comprometidos, y una oferta de cursos diversa, incluyendo música, teatro y latín. Yo destaqué haciendo pequeños comederos de concreto para cerdos, formones cementados y muebles de roble y cedro para nuestra casa. Los hacía de troncos cortados en el pequeño aserradero que mi padre había diseñado y construido para sobrevivir a la depresión y sequía de los años 30. Recuerdo haber obtenido una B en geometría, una C en la clase de historia de Estados Unidos de la señorita Reynolds, y buenas notas en manualidades.

Walker: Sé que estuviste en la Fuerza Aérea de Estados Unidos. ¿Cómo ocurrió?
Bauer: El verano después de graduarme lo pasé en el campo, pero animado por los padres de uno de mis amigos de la secundaria, logré entrar a Kansas State University. Pasé dos erráticos semestres allá, regresando a casa a trabajar cada fin de semana. Luego comenzó la Guerra de Corea y me enlisté en la Fuerza Aérea por cuatro años.

Walker: Muy pocos de nuestros colegas acá en UC Davis pasaron por las Fuerzas Armadas.
Bauer: Bueno, es verdad que en ese entonces pensaba que había que detener a los comunistas –siendo un primitivo, desinformado y consecuentemente, convencido participante de la Guerra Fría– pero también es cierto que estaba por ser enlistado en el ejército, lo que muy probablemente hubiese significado tener que combatir en trincheras en Corea, así que opté por la Fuerza Aérea.

Walker: ¿Y cómo resultó eso?
Bauer: Entrenamiento básico en Texas, escuela de electrónica en la base Keesler de la Fuerza Aérea, cerca de Nueva Orleans, y luego la base Sandia cerca de Albuquerque. No sé por qué seguí ese camino, pero terminé en el Comando de Armas Especiales de las Fuerzas Armadas, lo que para mi sorpresa significaba transformarme en un especialista en los sistemas de detonación de las primeras armas que hoy son conocidas como armas de destrucción masiva, por ese entonces la bomba nuclear Mark VI.

Walker: Entonces, esto fue antes de los misiles, ¿no? Cuéntame un poco más sobre esto.
Bauer: Nuestro grupo estaba compuesto por seis o siete oficiales, una docena de soldados y un grupo numeroso de gente de seguridad. Nosotros llevamos las primeras armas nucleares a Marruecos, a una base en las afueras de Casablanca. Esto fue en 1953-1954. Trabajábamos en un refugio subterráneo de concreto fuertemente reforzado y nuestra tarea era hacer el mantenimiento de los sistemas de detonación para luego, en cualquier momento, día o noche, cargarlos en bombarderos que llegaban rugiendo desde bases en Estados Unidos. Esto se hacía para que siempre existieran en el aire bombas nucleares listas para asignarse a blancos específicos. Es interesante pensar que teníamos armas de destrucción masiva en el norte de África 50 años antes de que Bush no pudiera encontrar ninguna en Irak.

Walker: Entonces, más allá de la experiencia en la Fuerza Aérea, ¿qué significaron esos dos años en Casablanca para ti? Un cambio abrupto, sin duda, viniendo de una granja en Kansas.
Bauer: Casablanca era en ese entonces la tercera ciudad más grande de África. Aún era Marruecos francés, así que además de otras atracciones, se podía ver desde las ventanas del bus el desarrollo de una sublevación anticolonial, explosiones en los mercados y asesinatos de policías. Tratando de comprar una lámpara de escritorio y un tablero de ajedrez en la ciudad, rápidamente aprendí lo que significa una “barrera idiomática”. Me sorprende leer ahora en el diario personal que escribí que a tres semanas de haber llegado a Marruecos encontré a una viuda de un oficial de ejército francés que me dio clases de francés en el centro de la ciudad. Muchos meses después pude defenderme más o menos en ese idioma. Practicaba con cantineras y un par de soldados franceses que conocí, e incluso me transformé en una especie de traductor no oficial de las cartas de amor enviadas entre mis compañeros y las chicas del centro de la ciudad, ampliando mi vocabulario a ámbitos inesperados. Durante el segundo año, tuve la oportunidad de explorar un poco, hacer un par de viajes largos a través de España y Francia yo solo, abriendo nuevos mundos, ampliando mis horizontes.

Walker: Has hablado de cierta conexión española en Casablanca.
Bauer: Sí, uno de mis compañeros, que había estudiado geología en Stanford, conoció y se casó con una joven cuyo padre había sido asesinado por las fascistas en Sevilla en 1936, y a través de ella –y de las fiestas de bodas y otras festividades que le siguieron– yo y el novio nos relacionamos con la comunidad española (aunque francoparlante) exiliada en Casablanca. Esa grieta abrió una puerta a España, que me llevó hacia un par de libros de Gerald Brenan, el gran hispanista británico, que estaban disponibles en la biblioteca de la base, y hacia un duradero interés por lo hispano {2}. Hacia el final de mi segundo año “defendiendo la democracia” en Casablanca, las cosas iban bien. Esto es lo que escribí en mi diario el 2 de diciembre de 1953: “Fiesta de cumpleaños de Teresa en el Café Sevilla anoche. Nos trataron increíblemente bien, la gente bailó sobre las mesas, etc. Había una joven española muy bonita llamada Angélica, conocida por tener “les jambes plus jolies de l’Afrique du Nord”.

Walker: Me estoy poniendo envidioso. Por favor, prosigue.
Bauer: Bueno, para resumir, Casablanca fue un punto de inflexión en mi vida. Los dos años en Marruecos, viajar por la Europa de post-guerra, estar expuesto a una cultura exótica al final de una lucha anticolonial, la oportunidad de desenvolverme en un idioma distinto, aunque de manera imperfecta, con gente muy distinta a mí, lo cambió todo. Comencé esos dos años siendo un típico joven campesino de Kansas, ingenuo e inculto, y salí de ahí aun siendo un joven campesino inculto, pero con una ingenuidad distinta, abierta a un mundo más amplio que –para mejor o peor– me llevó a dejar el campo.

Walker: ¿Cómo te imaginaste la vida después de la Fuerza Aérea?
Bauer: En junio de 1954, el tour de 4 años en la Fuerza Aérea estaba terminando, así que había mucha especulación sobre lo que haríamos después de licenciarnos. Tres o cuatro de nuestro pequeño grupo tenían planes de ir a la universidad en el otoño; otros se irían a sus casas. Alguien en nuestro cuartel tenía una revista con un aviso que decía “Estudie en Ciudad de México” en un lugar llamado Mexico City College [luego Universidad de las Américas] que aceptaba estudiantes beneficiados por las ayudas sociales para ex-soldados [G.I. Bill]. Postulé, y para mi sorpresa, fui aceptado. Volví a trabajar al campo ese verano, y a principios de octubre partí al sur, solo, sin conocimiento de español o sobre México: un salto a lo desconocido en un Ford de 1950, dejando a mis padres atrás.

Walker: México en los 50s… ¿cómo fue eso para ti?
Bauer: Absolutamente maravilloso. Cinco millones de personas, en lo que Carlos Fuentes llamó “la región más transparente”, el Popocatépetl resplandeciente a la luz de la mañana, carnitas picadas en los puestos callejeros. El peso había sido recién devaluado en un 30% así que 160 dólares al mes más el dinero para colegiatura que me daba el G.I. Bill alcanzaban para mucho. Conseguí un cuarto muy cerca de [Avenida] Reforma, en Río de la Plata n. 16, con una familia mexicana. La hija adolescente de la familia comenzó inmediatamente a enseñarme español: “Esto es una cuchara, esto es…”, etc. El hijo, llamado Chato, estudiante de ingeniería en la UNAM, trajo a sus amigos para que me conocieran, y eventualmente –después de varias semanas– me consideraron suficientemente respetable como para presentarme a otros amigos. Uno de ellos, Víctor Lomelí, parecía conocer a todos en Ciudad de México; él me invitó prácticamente cada fin de semana a fiestas formales en casas (con madres y tías presentes) y ocasionalmente a fines de semana en Cuernavaca e incluso dos o tres veces a Acapulco.

Walker: Mexico City College era famoso en esos años
Bauer: Mexico City College tenía varios profesores e intelectuales extraordinarios, entre ellos, Fernando Horcasitas, John Padden, Robert Barlow, el historiador del arte Alexander Baron von Wuthenau, el etnólogo Robert Weitlaner, y destacados historiadores mexicanos como Silvio Zavala y el filósofo Ramón Xirau. Eran atraídos por los relativamente altos sueldos. Era un lugar inusual, menos conocido tal vez por su rigor en la enseñanza que por su muy heterodoxo cuerpo de estudiantes, administradores de derecha, precoces hippies norteamericanos y veteranos aventureros. Dos de mis profesores habían sido profesores de economía en Berkeley que se habían negado a firmar el juramento de lealtad de la Universidad de California y habían sido despedidos en los años del macartismo. Terminé con un grado académico en economía, pero durante estos años mi verdadero amor fue un interés amateur por México y la historia mexicana.

Walker: Esta tiene que haber sido una época muy interesante. ¿No estaban Fidel y el Che en México en esos mismos años? Después de la experiencia en Casablanca y ahora México en los 50s, ¿estaban cambiando tus propias visiones políticas?
Bauer: Bueno, diría que aún eran muy ingenuas. Y por cierto que yo no me juntaba con Fidel ni con el Che. Pero estaba transitando, aunque de manera vacilante, hacia la izquierda, y por cierto hacia una visión más crítica de las acciones de los Estados Unidos hacia América Latina. Comencé a verme a mí mismo como un anti-imperialista y afligido con una urgencia didáctica por pararme en la frontera y explicar México y los mexicanos a los turistas norteamericanos que habían comenzado a inundar el país.

Pero hablando del Che y Fidel, tuve de hecho una experiencia indirecta con los cubanos. Había un hombre joven, tal vez de mi edad, un ruso, que solía ir al Mexico City College a tomar café y hablar con los estudiantes. Por alguna razón comenzamos a conversar y me invitó, dos veces de hecho, a almorzar a un sitio en calle Xola. Creo que se llamaba Las Palpas.

Recuerdo la ambivalente emoción de estar sentado frente a un comunista de verdad luego de haber preparado bombas nucleares para ser lanzadas sobre su país. Creo que discutimos, ambos en un rudimentario español, sobre cosas como el reciente derrocamiento del gobierno de Arbenz en Guatemala, mis impresiones de México, y cosas así. Se debió haber dado cuenta rápidamente que no había ninguna razón para perder su tiempo conmigo. De hecho, habían peces más gordos de qué preocuparse, porque al mismo tiempo (1955), y no muy lejos, en Polanco (tal vez tomó un taxi hacia allá luego del almuerzo), encontró, sin duda, compañía mucho más interesante. Sentados en el suelo, comiendo pasta estaban Fidel, Raúl, “El Che”, y otros tantos cubanos, planeando el asalto al régimen de Batista. Otro hombre estaba ahí, Nicolai Leonov, quien llegaría a ser Jefe de la KGB, el enlace con la naciente Revolución Cubana, y luego el principal especialista sobre América Latina en la Unión Soviética {3}. Así que al menos fui salpicado por la historia, aunque sin darme cuenta. Una conexión más personal y duradera con Cuba vino algunos años después, en 1960, cuando Víctor Lomelí se casó con Enma Castro Ruz, la hermana de Fidel, una co-revolucionaria y recaudadora de fondos.

Walker: Eso es fascinante. Me pregunto ¿cuántos de nuestros colegas saben sobre Leonov? ¿Consideraste en algún momento quedarte en México?
Bauer: Al principio tenía la idea de encontrar un trabajo con alguna compañía norteamericana en México. Me entrevisté con Black & Decker, Pan American Airways, y un par más, pero no resultó. El dinero se me había acabado así que –tal vez incluso con los ojos llorosos– regresé al norte. Me quedé con mi hermana mayor en Wichita, encontré un trabajo en Boeing, y luego de seis meses juntando dinero, tenía un depósito de mil dólares así que me dirigí hacia el oeste, a San Francisco. Encontré trabajo en General Motors y luego un mejor puesto como jefe de la pequeña oficina en la costa oeste de una compañía de Nueva Inglaterra que trabajaba con papel y aislamiento eléctrico. Mi “territorio” era el norte de California y el Noroeste del Pacífico, con clientes como Tektronics en Portland, Boeing en Seattle, y Hercules Powder Company. Difícil de creer, pero me convertí en un hombre de negocios. Después de cinco años en el rubro, tenía un bonito departamento en San Francisco, media cuadra al norte del hotel Fairmont, en Nob Hill, comiendo, bebiendo, descubriendo los buenos tintos de California, viviendo una vida agradable, aunque sin mucho sentido, de alguna manera una vida un tanto decadente.

Walker: Entonces, luego, de alguna manera, ¿cambiaste tu vida?
Bauer: La experiencia en México y mi creciente interés por América Latina en general, iban ganando espacio en mi cabeza. Y había cosas sucediendo. La Revolución Cubana fue una noticia muy importante. Yo repartía panfletos por un trato justo a Cuba durante los fines de semana y organizaba reuniones de solidaridad con Cuba en mi departamento. Había un mundo allá afuera y yo tenía una vida que se me hacía cada vez más aburrida y carente de sentido. Además, mi novia se había marchado con un fotógrafo de la revista Life.

En un tibio día a inicios de la primavera, a fines de febrero de 1961, llamé a Hewlett-Packard, uno de mis clientes. Luego de un típico almuerzo con dos martinis con el agente, bajé del cerro hacia Palo Alto, me saqué la chaqueta, me solté la corbata y me tiré en el pasto en un pequeño parque. Miré a través de las ramas sin hojas de los árboles y me pregunté: “¿Qué estoy haciendo aquí?”. Me paré, fui a mi oficina en San Francisco, llamé a mi jefe, una persona muy amable llamada Charles Kuhn, y le dije: “No puedo seguir haciendo esto. Tengo que parar, renunciar a este trabajo, y buscarme otra vida”. “Espera”, me contestó, “iré para allá, podemos conversar”.

Le conseguí una habitación en el hotel St. Francis, tuvimos una agradable cena en North Beach, y le conté mi historia, le hablé de mis ansiedades, inquietudes y deseos. Después de una larga velada me dijo que si estuviera en mis zapatos y a mi edad, él haría lo mismo. Lo llevé de vuelta al St. Francis. “Pasa por la oficina en Los Angeles”, me dijo. “Habrá para ti dos meses extra de pago por indemnización”. Me deshice de mi departamento, regalé todos mis muebles y utensilios de cocina, pagué mis cuentas, y me dirigí hacia el sur a México y Sudamérica, una travesía compuesta en partes iguales por búsqueda y autodestrucción. Se puede decir que si Casablanca fue mi un punto de inflexión en mi vida, el pequeño parque en Palo Alto la cambió por completo.

Walker: Cuéntanos entonces cómo fue que esto te llevó a Berkeley y a estudiar un postgrado.
Bauer: Mi viaje al sur duró cuatro meses. Me fui por tierra, manejando mi propio auto hasta Veracruz, luego tomando buses Volkswagen a través de Centroamérica hasta Panamá. Luego tomé un avión a Barranquilla, un bus a través de Colombia hasta Quito, quedándome en varios lugares. En Guayaquil comencé el regreso siguiendo el mismo camino de vuelta. Estando en Ciudad de México postulé a la escuela de graduados en Berkeley. Completamente ignorante de los procesos o la cultura académica, no puedo imaginar, ni soporto recordar en qué estaba pensando. Sin ahorros, sin un lugar donde vivir, la carta de rechazo me esperaba en la casa de un amigo en San Francisco. Llevé la carta al otro lado de la bahía a la oficina de admisión en Sproul Hall, y se la entregué a una mujer detrás de una ventanilla. “Es una carta de rechazo”, me explicó, “mandamos cientos de ellas cada año”. Desesperado, insistí en hablar con la persona que había firmado la carta. No tiene sentido, me dijo. “No aceptamos apelaciones, especialmente en casos como el suyo”. Nuevamente me negué a irme. Una segunda mujer en la oficina, visiblemente exasperada, me dio una cita con James King, decano adjunto de la escuela de graduados, quien además resultó ser un conocido historiador de América Latina.

Walker: ¡Qué historia! King fue uno de mis profesores cuando era estudiante de pregrado en Berkeley hace 30 años. Recuerdo Sproul Hall como un lugar intimidante…, entonces, ¿qué dijo?
Bauer: Él era un hombre muy amable. Escuchó mi historia. Luego de una hora de conversación, me dijo que podría existir una forma de admitirme. “Pero”, me dijo, “tienes que hablar con Woodrow Borah, el asesor de graduados en historia”. Luego me advirtió, “Él es una persona de mal carácter”.

Walker: ¿Sabías quién era Borah?
Bauer: Por supuesto que no. No tenía idea de lo que implicaba un postgrado. Sé que suena raro, pero piensa en la vida que había tenido.

Walker: ¿Qué ocurrió después?
Bauer: Un amigo en San Francisco me había prestado un dormitorio por un par de días. Tomé un bus por el puente de la bahía y encontré la oficina de Borah en Dwinelle Hall, y golpeé la puerta. Una voz molesta contestó, “Pase”. Borah estaba inclinado sobre una lectora de microfilms, dando la espalda hacia la puerta. Se dio vuelta muy lentamente. Me presenté: “Sr. Borah, mi nombre es Bauer y estoy interesado en seguir estudios de postgrado en la Universidad de California, aquí en Berkeley”. El Sr. Borah ignoró la mano que le había extendido, se dio vuelta, giró hacia su escritorio, tomó el expediente con mi postulación que le había enviado el Decano King, se dio vuelta hacia mí y dijo en su inolvidable, preciso y penetrante tono de voz: “Estos son sencillamente los antecedentes de una vida sin rumbo”. Volvió hacia la lectora de microfilms. Yo de pie en su oficina, con mis largos brazos y manos de campesino extendidas. “¿Qué me sugiere que haga?”, pregunté tontamente. “¿Por qué no prueba con Stanford?” me dijo, sonando como si fuera la Isla del Diablo. Le indiqué que mis medios no alcanzaban.

Walker: ¿Cómo entraste entonces a la universidad y a la carrera académica?
Bauer: Volví a la oficina del Decano King y le expliqué que no me había ido del todo bien en la entrevista. Él encontró un camino alternativo. “Lo podemos poner en algo llamado ‘estatus especial’”, me dijo. “No en la división de graduados, usted no será parte del Departamento de Historia. Pero podrá seguir el camino de un estudiante avanzado de historia y si le va bien, postular el próximo año”.
Acepté la posibilidad, saqué buenas notas durante el año, y postulé al siguiente otoño al programa de postgrado, y fui aceptado. No tuve ayuda financiera en los dos primeros años pero conseguí un trabajo arriba del cerro en el Laboratorio de Radiación Lawrence, a veces trabajando de seis de la tarde hasta la medianoche, otras desde la medianoche hasta las seis de la mañana. Me afeité la cabeza para evitar distracciones y dedicarme por completo a los estudios. El tercer año obtuve una ayudantía de cátedra, y después becas. Tomé seminarios de postgrado con los profesores del departamento y con profesores visitantes como Tulio Halperín Donghi y Álvaro Jara. Durante mi último año, el profesor Jara me escribió una elogiosa carta de apoyo y recibí una Beca de la Fundación Ford para América Latina que me permitió dos años de investigación para mi tesis doctoral en Chile.

Walker: Había muchos estudiantes de postgrado durante esos años en Berkeley. ¿Podrías darme uno o dos nombres?
Bauer: Creo que en ese entonces Berkeley era el lugar para estudios latinoamericanos, tal vez junto con Texas. Debo mencionar a los profesores. Woodrow [Borah], por supuesto, era el más conocido. Pero había gente de renombre en estudios latinoamericanos en general. Estaban ahí Jim Scobie y John Padden, el legendario Carl Sauer, más dos recientemente contratados, David Brading y Bill McGreevey, y los antropólogos John Rowe y George Foster. Leslie Byrd Simpson en el Departamento de Español se había retirado pero todavía estaba presente. Un gran número de estudiantes de postgrado –si recuerdo bien, había más de 200 en historia y tal vez 35 en el área de América Latina– hacían que el ambiente fuera muy interesante. Era un lugar boyante y estimulante.

Walker: Era, además, Berkeley en los 60s.
Bauer: El principal recuerdo que tengo es el de estar focalizado en el estudio. Yo tenía 10 años de atraso en mis estudios. Además me había casado y tenía una hijastra. Por cierto que ahí estaba Joan Baez cantándole a una multitud en las escalinatas de Sproul Hall, e inspirados oradores como Mario Savio, Steve Weisman, Frank Bardake, y otros. Di mi examen de magíster y el de candidatura para mi doctorado en medio de los ataques de helicópteros con gas lacrimógeno.

Walker: Y luego, recibiste una muy buena beca (la Latin American Teaching Fellowship) en 1967 para investigación en Chile, la base inicial para tu larga relación con el país.
Bauer: Sí. Tuve la fortuna de tomar un seminario con Álvaro Jara mientras era profesor visitante en Berkeley y al mismo tiempo, una figura clave del Centro de Estudios Americanos (CEA), un prestigioso centro de estudios de postgrado en Santiago, aunque de corta vida. El profesor Jara escribió una exagerada carta de apoyo al comité de becas de LATF, ofreciéndome una posición de profesor adjunto (un requisito para la beca) en el Centro en Santiago. Con eso fue suficiente para obtener la beca. El centro convocaba a especialistas como Rolando Mellafe que trabajaba la nueva historia demográfica (a los franceses les gustaba llamarla “l’ecole Berkeley”), mientras Jara (quien había obtenido su doctorado en París) y Ruggiero Romano, un colaborador cercano del gran [Fernand] Braudel, promovían la Escuela de los Annales de investigación histórica. El Centro de Santiago atraía profesores visitantes y estudiantes de doctorado de todas partes de América Latina, gente como Aníbal Quijano, Carlos Sempat Assadourian, Gustavo Beyhaut, Germán Colmenares, Carmen Castillo, y muchos otros cuyos nombres puede que no sean familiares ahora pero en ese tiempo conformaban un centro vital de la vida intelectual chilena. Los chilenos me acogieron, brindándome una base académica y social.

Walker: Cuando visito Santiago o recibo chilenos acá, me impresiona la amplia admiración que tienen por ti en Chile. Quiero decir que no es solo la opinión de historiadores y de historiadores progresistas, sino que de personas de distintas generaciones, de distintas posiciones políticas, y de personas que no están en la academia. Recibiste la Orden al Mérito Gabriela Mistral en 2005.
Bauer: Es verdad que desarrollé un afecto duradero por el país, y refiriéndome a lo que mencionas, hay un gran grupo de personas de distintos orígenes y distintas posiciones políticas que he podido tener como amigos. Creo que la culpa es de los chilenos. Ellos son encantadores, gente atractiva, personas con un astuto, irónico y bien soterrado sentido del humor, una consecuencia tal vez de vivir en el fin del mundo. Tienen una humanidad natural y en mi experiencia estaban preparados para apoyar mi trabajo sin celos o rencor. Incluso creo que existe una forma especial “chilena” de caminar, modales, humor, incluso de coqueteo. Ahora que hemos vendido nuestro departamento en Providencia [Santiago], con pocas probabilidades de volver, se ha abierto un vacío en mi corazón.

Walker: Pero Arnie, te he dicho que tú eres como los Rolling Stones: has tenido muchas giras de despedida. Regresarás. Pero acaso los intensos conflictos después de 1970, ¿no requirieron que navegaras con mucho cuidado a través de ese campo minado que era la política de ese entonces? ¿Acaso no había chilenos que no se relacionarían con gente de posiciones políticas diferentes?
Bauer: Sí, eso también es verdad, pero creo que la característica más típica y perdurable del chileno es la cordialidad y la acomodación. Tal vez exagero esto, y tal vez mi opinión se forma de manera excesiva a partir de mis primeras experiencias. En los años de Frei Montalva [1964-1970], e incluso en los años de Allende [1970-1973], uno usualmente salía a comer, y alrededor de la mesa, podías encontrar marxistas, socialistas, democristianos, y conservadores –un espectro político mucho más amplio, por supuesto, comparado con el que podrías encontrar en Estados Unidos– involucrados en intensas, incluso acaloradas discusiones. Pero al final, todos felices caminaban juntos al finalizar la noche. Obviamente la dictadura de Pinochet cambió eso, y tengo amigos que sufrieron el terror, tortura y represión. Pero ahora, creo, las cualidades seculares de acomodación y cordialidad han regresado.

Walker: Cuéntanos un poco sobre tu papel en el desarrollo del Programa de Intercambio [Education Abroad Program, EAP] en Chile [de la Universidad de California] y de los seminarios de postgrado que enseñaste en la Universidad Católica en Santiago.
Bauer: Desde muy temprano fui un entusiasta del Programa de Intercambio. Participé como Jefe de su comité estatal por varios años, y cuando posteriormente se decidió establecer un Centro de Estudio en Santiago, me transformé en su primer director permanente, en 1993. Volví a ser su director por cuatro años más en 2005. Alrededor de 1.400 estudiantes de pregrado de la Universidad de California han participado del Programa durante ese periodo. Durante mis años como director, la invaluable asistencia de Carmen Gloria Guiñez, la coordinadora académica permanente del programa, y de mi esposa, Danielle Greenwood, fueron clave para su éxito. Ser director del Centro de Estudio ha sido una de las más gratificantes tareas de mi carrera. Durante esos mismos años, dicté seminarios de postgrado en La Católica.

Walker: Pasemos ahora a tus intereses académicos y tus escritos, los que comenzaron con Chile y luego cambiaron hacia distintas áreas geográficas y temáticas. Titulaste tu primer libro, publicado por Cambridge, Chilean Rural Society from the Spanish Conquest to 1930. La versión en español es La sociedad rural chilena desde la conquista hasta nuestros días. El libro ha sido bien recibido en ambas versiones, y es considerado como una especie de clásico en Chile {4}.
Bauer: Me dejó muy satisfecho que ese esfuerzo temprano fuera bien recibido a través del espectro político, porque en los 60 la reforma agraria era un tema político candente. Me gustaría decir también que yo era consciente de los peligros en tratar de escribir otra historia desde lo popular. Desde el comienzo, traté de imaginar la situación opuesta, es decir, la de un chileno que habiendo vivido solo dos años en Kansas, con imperfecto conocimiento de inglés, sentado entre mi gente en el municipio de Goshen, preguntándose si sería capaz de entender como la gente pensaba o sentía. Publiqué algunas de estas preocupaciones en la revista chilena Proposiciones {5}. Cada vez que pude hablé con gente del campo, pasé mucho tiempo con mi querido amigo Carlos Hurtado, que sabía de mi tema mucho más de lo que yo jamás pudiera llegar a saber. Pero lo más importante para la recepción que tuve es el hecho de que los chilenos tienen la inclinación a ser generosos con los extranjeros y tolerantes con su trabajo.

Walker: Junto a tu temprano interés por la historia rural, también escribiste sobre la iglesia colonial, el sistema de censos, la expulsión de los jesuitas de América Latina en el siglo dieciocho, y otros {6}. ¿De dónde venía este interés en la Iglesia?
Bauer: El papel económico de la iglesia colonial estaba íntimamente relacionado con la economía rural. Además, uno de mis mejores amigos entre los estudiantes de postgrado en Berkeley era jesuita. Tuvimos largas discusiones mientras caminábamos en torno al rol de la iglesia en América Latina y finalmente, impaciente con mi ignorancia, me puso los puntos sobre la íes. “Mira”, me dijo, “en la larga historia de la iglesia en el mundo, ha estado en el lado correcto alrededor del 51% de las veces. Y eso es suficiente para mí”. Al parecer, él me provocó a aprender más.

Walker: Tu libro Goods, Power, History: Latin America’s Material Culture [Cambridge, 2001] fue traducido como Somos lo que compramos [México, Taurus, 2002]. Aborda un tema muy amplio: la cultura material, las cosas que la gente producía, hacía y consumía desde la época pre-hispánica hasta hoy {7}. Esa extensión puede ser abrumadora para los jóvenes lectores de esta entrevista. Puede que tengan nueve meses para hacer su investigación doctoral, familiarizarse con la teoría, y escribir. Tú has animado a tus estudiantes a que eviten “llenar vacíos”, sin que descuiden cómo la investigación se vincula con problemáticas mayores o actuales. Además, la cultura material parece ser un gran cambio con tus temas anteriores. ¿Cómo fue que te interesaste en esta literatura? Y ¿qué les dirías a los estudiantes de postgrado que no quieren limitarse a trabajar en temas específicos?
Bauer: Mi interés en la cultura material viene de una invitación que me hizo Marcello Carmagnani (Universidad de Turín), un amigo que conocí en mis días en Chile, quien estaba coordinando un libro en dos volúmenes titulado Para una historia de América. Él quería renovar las nociones de larga duración histórica y aplicar ciertos aspectos de estas a la interpretación sobre América Latina {8}. Luego Stuart Schwartz me escribió de Yale para pedirme que escribiera un volumen para su serie New Approaches to the Americas [publicada por Cambridge], que examinara las características de largo plazo de la cultura material. Logré hacer esto incorporando cuatro dimensiones interconectadas para explicarlas: oferta y demanda, la relación entre consumo e identidad, la importancia del ritual, y, basándome en el trabajo de Norbert Elias, la noción de “bienes civilizatorios”. Un trabajo tan intrincado como aquel no es apropiado, por cierto, para abordarlo en una tesis. Tengo la impresión que los estudiantes de postgrado son mucho mejores a la hora de delimitar sus investigaciones, más conscientes del amplio escenario intelectual a la hora de sumergirse desde sus investigaciones en los aspectos locales de sus trabajos.

Walker: Bastante gente en nuestra disciplina me ha comentado que aprecian tu estilo de escritura, y de hecho, tienes una muy buena pluma. ¿De dónde viene esto? No creciste en una casa en la que tus padres leyeran a Shakespeare o Henry James. Yo me he beneficiado enormemente de tu generosidad al editar mis textos.
Bauer: Es amable de tu parte decir eso y, hasta cierto punto es verdad, no tengo explicación para esto. He tratado de escribir en una prosa limpia y poco pretenciosa. Recuerdo mis tiempos en San Francisco en que leía mucho, pasando el rato en la librería de Ferlinghetti, City Lights, hablando con amigos sobre “buena escritura”, y preguntándonos qué significaba eso. Un paso importante vino cuando leí el libro de Edmund Wilson, To the Finland Station. No hay ninguna línea rara o fea en ese extraordinario libro {9}.

Walker: Ahora estás retirado pero es obvio que no has dejado de escribir. Tienes tres nuevos libros en los últimos ocho años. Uno de estos, Chile y algo más. Estudios de historia latinoamericana, se publicó cuando recibiste la Orden de Mérito Gabriela Mistral, pero luego seguiste por caminos diferentes {10}. ¿Puedes referirte brevemente a tus trabajos recientes?
Bauer: Tal vez deberíamos llamarlos mis placeres recientes. The Search for the Codex Cardona es un misterio que envuelve a un códice mexicano de mediados del siglo XVI de cuatrocientas páginas y varias ilustraciones, presumiblemente perdido por 400 años y que reapareció en el Laboratorio Nuclear Crocker aquí en la Universidad de California, Davis, para examinar el amate y su pintura {11}. Habiendo visto el códice por accidente, me fasciné, más bien me obsesioné con su procedencia. El libro sigue la búsqueda a través de dos continentes, incluyendo anticuarios, académicos especialistas, obscuros libreros, charlatanes y peligrosos traficantes. Es muy entretenido. Y en mayo [de 2012], la editorial de la Universidad de Kansas publicó Time’s Shadow, mi relato de infancia y juventud inmerso en el contexto de la larga historia de los ranchos familiares en Kansas desde su aparición hasta su desaparición {12}.

Walker: Déjame terminar con una opinión personal. Como colegas y amigos, nos hemos tomado en promedio un café a la semana por los últimos 20 años. Me gustaría concluir la entrevista con un comentario personal, dirigido particularmente a personas en nuestra disciplina que no te conocen. Tú eres conocido en el condado de Yolo. Viven en una inusual y atractiva casa que construiste con tus propias manos; tienes una pequeña viña y por treinta años has hecho tu propio vino, Dos Patos. ¿Es esta una consecuencia, una suerte de síntesis del niño campesino de Kansas y el buen vivir californiano?
Bauer: ¿Con mis propias manos? Sí, pero con la ayuda de un arquitecto y dos estudiantes, uno que sabía más que yo, y otro que sabía menos {13}. No hay nada de Kansas en esta casa. En 1972 viví por dos semanas en una antigua casa campesina en Toscana, con una cava con botellas de chianti recubiertas en mimbre que me pareció genial. La casa en sí misma proviene de mi experiencia chilena. Desde el principio me enamoré del paisaje rural de Chile, incluso antes de comenzar a escribir sobre él y antes de que se volviera mucho más industrializado, como es hoy. Cada vez que teníamos la oportunidad, mi esposa y yo explorábamos el campo, yendo al sur de Santiago, evitando las rutas principales, manejando por las imponentes alamedas, colocando una manta donde disfrutar nuestras empanadas, pastel de choclo y vino tinto. Casi en todas partes se podía sentir el tranquilo murmullo de pequeños y casi invisibles canales de regadío que hacen del Valle Central “la copia feliz del Edén”, como dice el himno nacional. La presencia de la majestuosa cordillera nevada, siempre a la vista y aparentemente al alcance, sigue siendo inolvidable. Así que ese fue mi modelo para una casa en un terreno campesino con una viña en el valle central de California. El vino, por cierto, que la mayoría considera aceptable y unos pocos, delicioso, es una mezcla de Syrah y Tempranillo {14}.

Walker: Finalmente, sé que eres un admirador de la poesía de Neruda. ¿Puedes pensar en alguna línea o dos que puedan servir para cerrar esta entrevista? [Bauer busca en sus estantes por un rato].
Bauer: Bueno, aquí hay algunas líneas [escogidas] de “Fin de fiesta”, que entregan alguna idea del sentido de fin en Neruda:

“…de tierra en tierra fui avanzando
estuarios, insufribles territorios,
y siempre regresé, no tuve paz:
¿qué podía decir sin mis raíces?
¿qué podía decir sin tocar la tierra?
por eso, cuando vi lo que ya había visto
y toqué tierra y lodo, piedra y espuma mía,
dije: ‘aquí estoy’, me desnudé en la luz,
dejé caer las manos en el mar,
y cuando todo estaba transparente,
bajo la tierra, me quedé tranquilo”. {15}

Notas

1. Heidi Tinsman, “Arnold Bauer and Chile: A Love Story,” review of Arnold J. Bauer’s Chile y algo más: Estudios de historia latinoamericana, A Contracorriente 5:2 (2008), pp. 341–345.
2. Los trabajos de Edward FitzGerald (“Gerald”) Brenan (1894-1987) incluyen The Spanish Labyrinth (1943) y The Literature of the Spanish People (1951).
3. Sobre Leonov y el Che, ver Jon Lee Anderson, Che Guevara: A Revolutionary Life (New York: Grove Press, 1997), pp. 173-174 y ss.
4. Arnold Bauer, Chilean Rural Society from the Spanish Conquest to 1930 (Cambridge, U.K.: Cambridge University Press, 1975); mismo título publicado en español como: La sociedad rural chilena desde la conquista hasta nuestro días (Santiago: Ed. Andrés Bello, 1994).
5. Arnold Bauer, “Sociedad y política rural chilenas en un enfoque comparativo”, Proposiciones, 19 (1990), pp. 254-262.
6. Muchos de estos ensayos fueron publicados en Arnold Bauer, La iglesia en la economía de América Latina: siglos XVI al XIX (México: INAH, 1986).
7. Traducción publicada como Somos lo que compramos (México: Taurus, 2002).
8. Arnold Bauer, “La cultura material”, en Para una historia de América. I. Las estructuras, Marcello Carmagnani, ed. (Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 1990), pp. 404-497.
9. Edmund Wilson, To the Finland Station (New York: Harcourt, Brace & Co., 1940).
10. Arnold Bauer, Chile y algo más. Estudios de historia latinoamericana (Santiago: Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, 2004).
11. Arnold Bauer, The Search for the Codex Cardona (Durham, N.C.: Duke University Press, 2010).
12. Arnold Bauer, Time’s Shadow: Remembering a Family Farm in Kansas (Lawrence: University Oress of Kansas, 2012).
13. Uno de ellos era Ward Stavig (1948-2006), quien trabajó con Bauer como estudiante de pregrado y de postgrado. Bauer escribió un sentido obituario en The Hispanic American Historical Review 87:1 (2007), pp. 151-152.
14. La viña Dos Patos produce 300 botellas o 25 cajas al año. Según la etiqueta, las uvas son “cosechadas por trabajadores voluntarios que aplastan y estrujan la uva, con un espíritu de gai camaraderie”.
15. Pablo Neruda, “Fin de fiesta”, en Selected Poems, Nathaniel Tarn, ed. (New York: Dell Publishing, 1970), pp. 422-425.

 

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Comments

Historiador por accidente. Una entrevista con Arnold Bauer — 5 Comments

  1. Estimado Chuk Walker:

    Encontré por el “face” casì por casualidad éste largo reportaje a este destacadísimo historiador Arnold Bauer, ciertamente es una entrevista bastante substancial acerca de su obra historiográfica, la informaciòn que proporciona es bastante útil para los estudiantes de Historia.
    Atte.
    Fernando Chuquimia Bonifáz
    Profesor universitario
    Universidad Mayor de San Andrés
    La Paz-Bolivia

  2. Estimado Chuck Walker:

    Permita felicitarlo por esta gran entrevista al historiador Arnold Bauer, me intereso mucho su historia de vida y de como con su gran esfuerzo y pasión por la historia le permitieron convertirse en lo que es ahora un destacado historiador.

    Rescato su calidad humana y de como supero aquellas “barreras” que casi lo desvian de su oficio de historiador y académico. Un ejemplo para todos aquellos que aspiramos a ser como él.

    Saludos cordiales.

  3. Pingback: Falleció el historiador Arnold Bauer (1931 – 2015) | Revista Historia para todos

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